DEL "ARTE CULINARIO" VENEZOLANO.
Un 08 de mayo de 2.004, la llamada telefónica hecha por la esposa de un chofer de autobús, que sentía que su esposo había sido secuestrado, dio al traste con una acción que, hoy por hoy, todavía no está clara. La subcomisaría de la Policía Metropolitana de El Hatillo interceptó 2 autobuses llenos de jóvenes, todos ellos uniformados con trajes de campaña militar.
Muchas fueron las pistas que iban apareciendo. Los uniformes eran nuevecitos. Las botas, no sólo lo eran también, sino que el lustre de las mismas contrastaba con la ausencia de barro en las suelas. Estos extraños irregulares, no cargaban encima ni tan siquiera una china o gomera. Bizarros y aguerridos, como uno se imagina que debe ser todo guerrero que se precie de tal condición, tenían más pinta de campesinos antes que de mercenarios. De hecho, la mayoría era sumamente joven, siendo algunos de ellos menores de edad. Los sujetos, en su totalidad, resultaron ser colombianos. Las autoridades de Colombia no encontraron ningún tipo de antecedentes en estos personajes. Nunca se pudo entender cómo este grupo de irregulares pasó (sin ningún inconveniente) las alcabalas de control terrestre que hay desde San Antonio hasta Caracas. El campamento en donde se encontraba enconchado este grupo irregular, no contaba con evidencias de presencia de larga data de estas personas. Ni siquiera se encontró en donde hacían pupú estas personas. Mucho menos, presencia de alimentos o eso que en el argot militar se denomina rancho. Sin embargo, hubo algo que llamó poderosamente la atención de uno de los trisoleados de la historia militar venezolana: en el campamento se encontró una bolsa de cachitos perteneciente a la aburguesada, oligarca, clasista y escuálida panadería Danubio de la rancia urbanización de Santa Rosa de Lima. Uno no sabe si lo que impresionó al trisoleado fue el hecho de que los mercenarios vivieran a punta de cachitos o de que con una simple bolsa de ellos se pudiese mantener a tamaña soldadesca.
El fin de semana próximo pasado, el presidente nos sacó del acostumbrado sopor que produce su maratónico programa, al alertarnos sobre la presencia de oficiales de la armada estadounidense que estaban “espionando” (sic) a no sabemos, a ciencia cierta, qué o a quiénes. El caso es, que nuestros cuerpos del recontraespionaje han detectado que estos...estos ¿espionadores? consumen arepas de reina pepiada en sitios públicos. Y esto amigo lector, habla muy bien del desarrollo de nuestros cuerpos de inteligencia porque ¿quién ha visto gringo comiendo arepa? ¿Acaso no es un emblema del “american way of life” el consumo de hamburguesas? Resulta evidente que estos gringos intentaban pasar desapercibidos entre nuestros compatriotas. Si hubiesen acudido a un McDonald, un Wendy’s, o un Burguer King, hubiese sido evidente el origen anglosajón de los catires. Pero no, el perverso equipo de los halcones del Pentágono casi que logró el mimetismo perfecto de estos ¿espionadores? al entrenarlos en el criollo arte de saber degustar una reina pepiada. A no ser por un pequeño detalle. Los gringuitos no podían oír la palabra arepa, pues cual perritos de Pavlov, se ponían a babear en forma incontrolada. Cosas del reflejo condicionado que no tomaron en cuenta los perversos actores de la CIA. Aunque, haciendo memoria de nuestra rochelesca historia política, pienso que estos ¿espionadores? bien pudiesen ser adecos haciéndose pasar por gringos. Digo, por aquello de las “multisápidas arepas” a las que solía hacer mención el piache Rómulo Betancourt. Vaya usted a saber. Einstein, el padre de la teoría de la relatividad, solía decir algo muy concreto: “un estomago vacío es un mal consejero.” No entiendo entonces el porqué el presidente nombra la soga en la casa del ahorcado. Es decir, no entiendo cómo puede hablarle de comida a un pueblo, que después de 7 años de revolución sigue acostándose con el tripero pegado al espinazo. En fin.
En ambos casos de insurgencia extranjera, el condumio ha jugado un papel decisivo en el desenmascaramiento de sus actividades al margen de la ley. Y es que desde los tiempos de la conquista, la presencia del guiso ha sido la fuerza motora que mueve al sacrificio desinteresado de todos aquellos que se han visto en la necesidad de tener que administrar la cosa pública. Y es que el guiso tiene la particularidad de la participación comunitaria de un gran número de alimentos, mezclados en pequeños trozos y cocinados a fuego lento, muy lento, para obtener una integración tal, que nadie puede asegurar cuál de todos ellos le da ese sabor tan especial al potaje. Es decir, es un proceso endógeno en el que la notoriedad y responsabilidad individual se diluyen en forma tal, que es lo que hace tan apetitoso y tentador al guiso más simplón. Y esa es la razón por la que en el mundo de la política nacional, a quien no le gusta el mondongo, le gusta el cruzao’. Mientras tanto, JUANPUEBLITO debe conformarse con el humilde y duro chicharrón de oreja.
Muchas fueron las pistas que iban apareciendo. Los uniformes eran nuevecitos. Las botas, no sólo lo eran también, sino que el lustre de las mismas contrastaba con la ausencia de barro en las suelas. Estos extraños irregulares, no cargaban encima ni tan siquiera una china o gomera. Bizarros y aguerridos, como uno se imagina que debe ser todo guerrero que se precie de tal condición, tenían más pinta de campesinos antes que de mercenarios. De hecho, la mayoría era sumamente joven, siendo algunos de ellos menores de edad. Los sujetos, en su totalidad, resultaron ser colombianos. Las autoridades de Colombia no encontraron ningún tipo de antecedentes en estos personajes. Nunca se pudo entender cómo este grupo de irregulares pasó (sin ningún inconveniente) las alcabalas de control terrestre que hay desde San Antonio hasta Caracas. El campamento en donde se encontraba enconchado este grupo irregular, no contaba con evidencias de presencia de larga data de estas personas. Ni siquiera se encontró en donde hacían pupú estas personas. Mucho menos, presencia de alimentos o eso que en el argot militar se denomina rancho. Sin embargo, hubo algo que llamó poderosamente la atención de uno de los trisoleados de la historia militar venezolana: en el campamento se encontró una bolsa de cachitos perteneciente a la aburguesada, oligarca, clasista y escuálida panadería Danubio de la rancia urbanización de Santa Rosa de Lima. Uno no sabe si lo que impresionó al trisoleado fue el hecho de que los mercenarios vivieran a punta de cachitos o de que con una simple bolsa de ellos se pudiese mantener a tamaña soldadesca.
El fin de semana próximo pasado, el presidente nos sacó del acostumbrado sopor que produce su maratónico programa, al alertarnos sobre la presencia de oficiales de la armada estadounidense que estaban “espionando” (sic) a no sabemos, a ciencia cierta, qué o a quiénes. El caso es, que nuestros cuerpos del recontraespionaje han detectado que estos...estos ¿espionadores? consumen arepas de reina pepiada en sitios públicos. Y esto amigo lector, habla muy bien del desarrollo de nuestros cuerpos de inteligencia porque ¿quién ha visto gringo comiendo arepa? ¿Acaso no es un emblema del “american way of life” el consumo de hamburguesas? Resulta evidente que estos gringos intentaban pasar desapercibidos entre nuestros compatriotas. Si hubiesen acudido a un McDonald, un Wendy’s, o un Burguer King, hubiese sido evidente el origen anglosajón de los catires. Pero no, el perverso equipo de los halcones del Pentágono casi que logró el mimetismo perfecto de estos ¿espionadores? al entrenarlos en el criollo arte de saber degustar una reina pepiada. A no ser por un pequeño detalle. Los gringuitos no podían oír la palabra arepa, pues cual perritos de Pavlov, se ponían a babear en forma incontrolada. Cosas del reflejo condicionado que no tomaron en cuenta los perversos actores de la CIA. Aunque, haciendo memoria de nuestra rochelesca historia política, pienso que estos ¿espionadores? bien pudiesen ser adecos haciéndose pasar por gringos. Digo, por aquello de las “multisápidas arepas” a las que solía hacer mención el piache Rómulo Betancourt. Vaya usted a saber. Einstein, el padre de la teoría de la relatividad, solía decir algo muy concreto: “un estomago vacío es un mal consejero.” No entiendo entonces el porqué el presidente nombra la soga en la casa del ahorcado. Es decir, no entiendo cómo puede hablarle de comida a un pueblo, que después de 7 años de revolución sigue acostándose con el tripero pegado al espinazo. En fin.
En ambos casos de insurgencia extranjera, el condumio ha jugado un papel decisivo en el desenmascaramiento de sus actividades al margen de la ley. Y es que desde los tiempos de la conquista, la presencia del guiso ha sido la fuerza motora que mueve al sacrificio desinteresado de todos aquellos que se han visto en la necesidad de tener que administrar la cosa pública. Y es que el guiso tiene la particularidad de la participación comunitaria de un gran número de alimentos, mezclados en pequeños trozos y cocinados a fuego lento, muy lento, para obtener una integración tal, que nadie puede asegurar cuál de todos ellos le da ese sabor tan especial al potaje. Es decir, es un proceso endógeno en el que la notoriedad y responsabilidad individual se diluyen en forma tal, que es lo que hace tan apetitoso y tentador al guiso más simplón. Y esa es la razón por la que en el mundo de la política nacional, a quien no le gusta el mondongo, le gusta el cruzao’. Mientras tanto, JUANPUEBLITO debe conformarse con el humilde y duro chicharrón de oreja.
1 COMENTARIOS:
JEJEJEJE
Publicar un comentario
<< VER ÚLTIMO POST PUBLICADO