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Monsieur l'abbé, detesto lo que escribe, pero daría mi vida para hacer posible que Ud. continúe escribiendo. (Carta de Voltaire a M. le Riche. Febrero 6 de 1.770)


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Ciudad Guayana, domingo, 2 de abril de 2006

PALO A LA LÁMPARA.



En su libro, CARACAS FÍSICA Y ESPIRITUAL (premio municipal de literatura 1.967 del Distrito Federal) el poeta AQUILES NAZOA refiere que los colonizadores españoles impusieron un criterio clasista y racial, a tal nivel, que la sociedad caraqueña estaba conformada por una serie de castas en donde el color era marca perenne de inferioridad. En ese “melting pot” se encontraban: los españoles, los criollos, los blancos, los negros, los indios, los mestizos, los mulatos, los zambos, los pardos, los cuarterones, los quinterones y los salto-atrás. Esta última denominación es muy recordada entre los habitantes de la Caracas de los comienzos del Siglo XX, por el sainete que sobre tan denigrante término hizo LEONCIO MARTÍNEZ en su obra SALTO ATRÁS.

Tal categorización, necesariamente se tradujo tanto en marginación social (con sus correspondientes restricciones ante las leyes) así como en un trato despectivo hacia aquellos estratos menos privilegiados por ser catalogados como inferiores o faltos de "pureza de sangre". Esta pronunciada desigualdad social, sirvió como caldo de cultivo para alimentación del resentimiento y el rencor entre los grupos estigmatizados. No tardaron en aparecer, en ese caleidoscopio caraqueño de razas, signos de rebelión representados en pandillas comandadas por guapos de barrio.

Dichas pandillas eran el terror de las parroquias caraqueñas. Los pleitos callejeros y las turbas que saboteaban las fiestas de las élites, eran el pan de cada día. En la Caracas de la Colonia, la iluminación se hacía con lámparas de aceite de coco o manteca, y su existencia era muy limitada. Las velas, que eran de sebo, eran importadas desde España y Flandes, razón por la cual sólo los más pudientes podían costearse semejante lujo. Así, cuando estas pandillas irrumpían en una fiesta y terminaban dándole un palazo a la tímida y mortecina luz de la lámpara que iluminaba la fiesta, daban al traste con la misma y de paso lograban la complicidad de la oscuridad para hacer de las suyas. Decir que “zutano le dio un palo a la lámpara”, es desde entonces sinónimo de acabar con algo en forma brusca e imprevista sin importarle el desenlace y las consecuencias de dicho acto.

Y palo a la lámpara parece que le están dando ciertos personeros del gobierno, que en los últimos días se han dedicado a sacarse los trapitos al sol, sin que se pueda hablar de un “manejo mediático” por parte de los medios de comunicación. Por el contrario, el magistrado Velásquez Alvaray ha acudido diligentemente a los mismos (como antes lo hicieron Lina Ron y el fiscal 8° nacional Gilberto Landaeta) para señalar que a él se le está pasando factura por haber acabado con el narcotráfico en el Estado Lara. Dice saber mucho, y uno no entiende como es que en su calidad de magistrado nunca se preocupó por denunciar todas esas cosas que ahora dice a media lengua y en forma de acertijo. Habla de unos enanos, pero no nos dice quién es Blancanieves o en todo caso, el dueño del circo. Agrega el magistrado, que al ministro Chacón lo han engañado. Por su parte, el ministro le responde que no es un niño de ocho años. ¿Quién encendió el ventilador y por qué?

¿Es esta la primera denuncia seria de corrupción en las esferas del poder? No. En el año 2.000, el para entonces Fiscal General de la República Javier Elechiguerra, intentó acción judicial nada más y nada menos que contra Luís Miquilena (padre político de Chávez) quien para entonces era ministro del interior. Antes, había sido el presidente de la recién creada Asamblea Nacional.

Uno, que va pa' viejo (¿saben de alguien que vaya en sentido contrario?) y ha visto a tanto “muerto político” cargando basura (¡Arias Cárdenas –el zarandeador de gallinas- es embajador ante la ONU!) no le queda sino sonreír y recordarse de aquel verso que dice:

Un gran pleito se formó
en un botiquín lujoso
porque según dijo oso
que morrocoy lo empujó.
Cuando la pelea empezó
cachicamo estaba afuera
pero se armó de una vera
que rabopelao’ guardaba
mientras conejo gritaba
se formó la sampablera.


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